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Nadie tiene que salvarme de nada
Capítulo 20 (2.0)

 

 

  —Es ella, ¿verdad? —las palabras pesan. He estado pensando en cómo decirlo, cómo preguntarlo, cómo sentirlo.

  No ha servido de nada.

  En cuanto él abra la boca me voy a romper por dentro.

  —¿Quién? —es lo único que dice.

  Resoplo. No por desespero, sino por amortiguar el pinchazo en mi pecho. Si no resoplo no creo que logre continuar hablando.

  —Azel. Es ella —repito sin carraspear. No puedo evitar que la voz me tiemble y se me curven lentamente las comisuras de los labios—. Es la chica por la que lo diste todo.

  —No sé de qué estás hablando. ¿Qué ocurre exactamente con Azel? —me mira confuso. Parece que no entiende nada de lo que le estoy diciendo… ya estoy cansada de esto.

   Ahora sí, he tenido que respirar profundamente para que mis sentimientos no se lleven las palabras. No soy ciega, sé ver estas cosas. Tal vez él no se dé cuenta.

  —Azel fue esa chica. La que te rompió el corazón. De la que tuve que salvarte —bajo el tono de voz al decir aquello, no debería decir que le he salvado.

  —Nadie tiene que salvarme de nada —lo sabía.

  —Pero es ella —insisto.

  Kennet se lleva las manos a la cabeza y se revuelve el pelo. Comienza a dar vueltas por la habitación, inquieto. Se cree que no vi lo de Atenas.

  Realmente cree que no soy consciente de su conversación en el Partenón.

  Y que le quité importancia a su discusión sin fin en la primera misión.

  Se cree que no me he dado cuenta de nada.

  ¿Cómo puede ser tan incrédulo?

  —Es el pasado —dice, por fin—. Tú también tienes uno.

 â€”Oh, no. No compares mi situación con esto. Sabes perfectamente que no tiene nada que ver —las palabras salen con valentía, no puedo consentir que utilice esa baza cuando le venga en gana. No es lo mismo—. Estamos hablando de ti, de que no confías en mí —espeto.

  —Sí que confío en ti.

   Mentira.

  Tiene los ojos cristalinos, llenos de sentimientos y recuerdos. Jamás le he visto afectado por nada como ahora. No he tenido la oportunidad de verle sin coraza en el poco tiempo que llevamos juntos.

  —¿Y por qué no te creo? —ladea la cabeza cuando pregunto. Parece ausente, como si estuviera en otro lugar.

  —Erin, no pasa nada —coloca sus manos en mis hombros y me estremezco ante su roce.

  —Vienes de verla —me armo de valor, al fin.

  En realidad no lo sé ciertamente, pero lo veo en su mirada. Está ausente, no está conmigo, su cabeza no está presente en estos momentos.

  Parece que reacciona ante mi acusación.

  —Sí —me rompo. El aire ha dejado de serme útil y algo invisible me oprime el cuello. Kennet viene de estar con Azel.

  Viene de verla.

  A ella.

  Brotan las lágrimas y me doy la vuelta bruscamente para que no vea lo frágil que soy, el poder que tiene sobre mí. No puedo dejar que nadie sepa que soy vulnerable.

  He pasado por cosas mucho peores que esto.

  Escucho a Kennet respirar a mi espalda.

  —Me ha echado de su vida.

  ¿Qué? Dejo de oprimir el sollozo. No me esperaba sus palabras. Tira de mi brazo con suavidad y me gira para mirarme a la cara.

  —No quería seguir en ella —dice rotundo.

  Suspiro aliviada, pasa sus pulgares con ternura por mis ojos y me enjuga las lágrimas que habían logrado escapar. Me besa con delicadeza. Tiemblo cuando lo hace. No sé cómo reaccionar ante esto.

  Ella le ha echado.

  No le quiere.

  ¿Cómo puede no quererle?

  Kennet es el único que me ha aceptado, el único que se ha arriesgado. A quién todo le ha dado igual. Quién ha dado la espalda a los qué dirán.

  Pero…

  —Te ha echado ella, pero tú has ido —no tengo claro si mis ojos deben reflejar furia o tristeza. Soy un manojo de emociones. Ella le ha echado, pero él ha ido a verla. Él es el que insiste.

  Ella no le quiere…

  ¿Pero y él?

  —Tú has sido quien me ha dicho lo que ha ocurrido en la Sede, tenía que comprobar que estaba bien —se defiende.

  —¿Y yo qué?

  Me mira confuso, ¿por qué parece que soy la única que insiste en esta relación?

  —¿Quién comprueba que yo estoy bien? —trago saliva lentamente. Suéltalo, aunque duela.

  —Ella también me importa, Erin. No de la misma manera pero no lo hice bien cuando debía, no puedo ser un gilipollas de nuevo.

  Cierro los ojos, dolida. Todo lo que dice me hiere. Cualquier palabra que pronuncia es una estaca en mi pecho.

  —Me siento responsable de ella —insiste en hacerme daño—, le hice algo horrible, no puedes ni imaginarte lo mal que tuvo que pasarlo.

  —Me hago una idea… —consigo pronunciar.

  Algo me distrae de Kennet. Por un fugaz instante la discusión pasa a un segundo plano.

  Lucas.

  Mierda, ¿por qué aceptaría ayudarle?

  Me aparto rápidamente de Kennet y corro hacia el ordenador. En la Sede no saben que tengo una versión pirata del programa de vigilancia en casa. En realidad, no saben que todos los vigías lo tenemos. Me coloco las gafas y los auriculares.

  Lucas parece que lo tiene todo controlado, está saliendo de casa de Ane. Parece que va a volver al siglo XXIII. Aún queda un largo rato para que llegue a la máquina del tiempo.

  —¿Qué pasa? —pregunta Kennet asustado.

  —Lucas va a volver, tengo que ir a la Sede y cubrirle las espaldas. No sé lo que puede haber averiguado de Júpiter —parece que toda nuestra conversación se ha esfumado. Mis sentimientos tienen que quedarse aparcados un tiempo, no puedo permitirme cagarla con el hijo de la profesora Wisdom.

  —Te acompaño.

  Ambos salimos del apartamento con prisas, evitando las miradas y las ansías de gritar.

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